miércoles, 5 de diciembre de 2012

Morgen kommt der Nikolaus! - ¡Mañana viene el Nikolaus!

El circo que nos ha montado el club de fans de la iglesia durante estas fechas podría comenzar en la noche del 5 de diciembre, y es que, como leeréis, a esta historia no le falta manipulación, un tinte racista y la siempre tajante separación entre el bien y el mal, el pago del pecado a través del castigo y la recompensa a través de lo material…
 Alemania recibe esta noche, la del 5 de diciembre, la visita de San Nikolaus. Predecesor de Papá Noel, este obispo reparte regalos y dulces entre los niños alemanes. La ilusión se mezcla con el miedo a recibir el castigo merecido por las malas acciones. Aún así, los zapatos y las chimeneas se llenan de presentes en las casas como por arte de magia.
La leyenda de San Nikolaus se remonta a la mitad del siglo III. Tras la muerte de su padre, San Nikolaus deja toda su fortuna a los pobres e ingresa en un monasterio. Años después, será nombrado obispo de Mira (Asia Menor). Es entonces cuando comienzan sus milagros y buenas acciones. Sin duda, el más conocido, el que da origen a la tradición de repartir regalos en Alemania. Y es que San Nikolaus repartió una bolsa con monedas de oro a un vecino de Mira para pagar la dote de sus tres hijas, evitando así que, tal y como quería el padre, se prostituyeran. Cuentan que la bolsa fue mandada por la chimenea, de ahí la tradición de dejar los regalos al calor de la leña.
San Nikolaus falleció el 6 de diciembre del año 342 y esa fecha quedó ya grabada para la llegada del obispo a las casas de los niños alemanes. Muy popular en Europa del Este, San Nicolás es protector de la gente en situaciones de peligro, marineros, comerciantes y cocheros. De la tradición de los marineros es la creencia en Holanda y Bélgica de que San Nikolaus llega en barco desde España.    Desde entonces, y aunque la tradición ha sufrido variaciones a lo largo de los años, desde el siglo XIX se celebra la llegada de San Nikolaus a las casas alemanas. Los niños ponen sus zapatos, bien limpios, en la chimenea, lo que les asegura dulces, frutas y regalos en la mañana del 6 de diciembre. Sin embargo, San Nikolaus no llega solo a las casas a través de la chimenea. Al obispo le acompaña el paje Ruperto, cuya procedencia es un tanto confusa. Algunas teorías aseguran que se trata de un diablo que fue derrotado por San Nicolás. Según otras versiones, el paje es un huérfano etíope que San Nikolaus salvó al comprarlo a unos piratas, pudiendo ponerle en libertad.
Sin embargo, Ruperto siguió a su lado y fue educado y criado por el obispo. Otros, en cambio, tan solo dicen que se trata de un ayudante de San Nicolás cuya piel se tornó negra de tanto bajar y subir por las chimeneas para dejar regalos en las casas.
Su papel, no obstante, es el más desagradable. Y es que San Nikolaus no reparte regalos sin saber si los niños son buenos o no. Un cuaderno dorado le acompaña siempre. Allí, el obispo apunta las buenas y las malas acciones de los más pequeños. En caso de que las buenas ganen, los niños alemanes reciben sus regalos y dulces. En caso contrario, es el paje Ruperto el que azota con su látigo a los niños malos y desobedientes. Una tradición que a muchos les da algo de miedo pues no quieren enfrentarse a sus travesuras y el castigo que les conlleva.
A pesar de todo, los niños alemanes esperan impacientes esta noche la llegada de los regalos de San Nikolaus. Una tradición que, no obstante, es predecesora de Papá Noel. Y es que en 1969, el Papa Pablo VI suprimió la festividad de San Nicolás del calendario católico. Sin embargo, los protestantes holandeses que vivían en Estados Unidos, adoptaron la figura de San Nikolaus, derivándola a San Nic, Sint Klaes o el conocido Santa Claus. La mitra del obispo fue reemplazada por el famoso gorro rojo y la cruz de su pecho desapareció.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Un viaje sin retorno

Allá en los montes de Yuso reside, desde tiempos inmemorables, un hermoso bosquete de acebos, conocido popularmente como acebal de Valgañón. Y he aquí, en tan exclusivo lugar, acontece la historia que deseo relatar: Tras una semana acumulando fracasos estrepitosos en todos los ámbitos más comunes de una vida humana, que transcurre por el depauperado siglo XXI, decidí adentrarme en soledad por algún paraje en el que pudiera dialogar conmigo misma, alejada de la interconexión de estos tiempos.
Era un día otoñal, y sin saber si era por el sonido adormecido que producen las hojas amarilleadas al caer o por la obnubilación que produce la luz de estos días entre el festival de colores, no quise volverme atrás. Dirigí mis pasos hacia aquel túnel, aquella boca oscura que me invitaba a sumergirme repentinamente bajo una tupida masa vegetal, en un espacio que hasta ese instante le había estado vetado a mis ojos. Nunca había entendido en mi infancia por qué los adultos se empeñaban en tomar aquel árbol, que deseaba protegerse con hojas persistentes y simples de borde espinoso, como elemento navideño. Estaba segura que aquellos ridículos tiestos no podían ser lugares confortables para ese pequeño arbolito, que se decoraba a sí mismo con unos frutos de un rojo intenso que sería la envidia de cualquier planta de interior en aquellos fríos días.
Y allí, rodeada de troncos de gran diámetro, de tocones que habían decidido brotar conjuntamente, entre ejemplares caprichosos que retorciéndose habían adoptado formas extrañas,lo vi cruzar el camino. Aún hoy, nadie da crédito a mis palabras y por eso resido en esta residencia fría, apartada de la sociedad, esa que se juzga sana.